"Yo soy una sobreviviente y no me calza el rótulo de víctima"
Quiero destacar lo que menciona Corina Fernandez, cuando dice que este señor prefería masturbarse a tener relaciones con ella, confirmo que hay muchos hombres así y mas de los que se pueden imaginar, hombres que no pueden salir del auto erotismo patológico y ante la alternativa de tener una relación sexual heterosexual u homosexual, prefieren la masturbación, lo que habla de una profunda patología edípica materna, de acuerdo con el enfoque Freudiano o con un enfoque sexual, patológico perverso en el sentido amplio de la palabra. Estos hombres son grandes egocéntricos, soberbios, con discapacidad de generar relaciones con cargas afectivas. En definitiva son utilitarios.
Comparto con ustedes esta nota periodística:
Corina Fernández, protagonista de una historia estremecedora que marcó los calendarios de la violencia de género
"Yo soy una sobreviviente y no me calza el rótulo de víctima"
Dos títulos, nacida y criada en Palermo, Corina Fernández nació nuevamente 9 años atrás. Quien fue el padre de sus hijas le disparó 6 tiros de los cuales 2 están alojados en uno de sus pulmones. El fue condenado a 21 años de prisión pero murió en 2014. Ella se reconstruyó. Hoy acompaña y ayuda a mujeres con historias similares. Y es parte de una asociación que trabaja con hombres violentos.
Corina Fernández es una sobreviviente. Y lo remarca: no le cabe el rótulo de víctima. Es un lugar del que se corrió. Tiene 55 años, es diseñadora gráfica y profesora de inglés y lleva una lucha constante contra el cigarrillo del que va y vuelve. Convive desde hace casi 9 años con dos balas alojadas en un pulmón y su historia generó un fallo judicial ejemplar: Javier Weber, el padre de sus hijas, fue condenado a 21 años de prisión por tentativa de feminicidio después de dispararle en la puerta de la escuela de sus hijas, disfrazado de anciano, seis tiros. Murió en la cárcel en 2014. Por estos días, Corina recorre gran parte del país presentando la película "No me mates", protagonizada por Ana Celentano y Alejo García Pintos, que refleja su historia. Es titular de la ONG Hay una salida, que funciona dentro de la Asociación Argentina de Prevención de la Violencia Familiar. -¿Cómo fue el camino de fortalecimiento hasta este presente? -Yo termino bendiciendo lo que me pasó. Porque me cambió la vida para bien. Pero para llegar a esto hice todo tipo de terapias, escuché pastores evangélicos por la radio, meditación, desarrollo personal, biodecodificación… es como que fui sumando todo lo que a mí me ayuda a crecer y ayudo a otras mujeres. El tema básico de la violencia es la baja autoestima, que se genera en la infancia. -¿Qué te marcó en tu infancia para generar esa baja autoestima de la que hablás? -Yo no lo supe hasta que no hice el curso acá. Y cuando empezamos a hablar del tema del abandono en la infancia, me cayó la ficha. Yo me crié con mis abuelos paternos y con mi papá. Porque mi mamá, se casó muy jovencita; tenía 21 años cuando me tuvo y a la primera agua de arroz que no me pudo hacer se fue corriendo a vivir a la casa de los padres. Mi abuelo era diplomático y cuando yo tenía 5 lo destinaron a Beirut y no los volví a ver hasta mis 13 años. Ellos eran mi apego seguro. Tengo un montón de recuerdos hermosos con ellos y no con mis padres. A los 15, muy enamorada, me puse de novia y después de tres años de relación… el padre decide irse a vivir a Estados Unidos. De nuevo aparece el abandono como parte de mi historia. Entonces, hoy puedo decir que al padre de mis hijas lo elegí desde mi carga traumática. Las elecciones, en esta temática, son siempre así. El abandono te hace creer que todo lo que una quiere se va y, desde ese lugar, empezás a transitar un camino de baja autoestima. Y no pasa por mirarse al espejo y decir "me amo, me amo, me amo". No es así de fácil para quienes tuvieron una historia de abandonos o han tenido padres que no la han valorado. Violencia es todo lo que hace daño. Y por eso es que no le hace ruido ese círculo al que ingresa. -¿Cómo arrancó la relación con el padre de tus hijas? -Lo conocí en Punta del Este. Y no nos separamos más. Yo tenía 23 años. Venía de una relación de 5 ó 6 años donde los últimos 3 habían sido sólo cartas. Mientras mis amigas se divertían yo escribía cartas de amor y extrañaba. El apareció en un momento clave. Y me mostró otra vida. Desde los 23 a los 29 la pasé bien. El problema fue cuando nos fuimos a vivir juntos. -¿Cómo empezaron los primeros ruidos? -Teníamos discusiones como cualquier pareja pero nada que llamara la atención durante el largo noviazgo. Tampoco me pegaba. Lo de él era todo muy psicológico. Y vos vas cediendo. Y con tal de no pelear, te lo tragás. Entonces ya no sigo responsabilizando a nadie. Lo que te está mostrando la pantalla de la vida míralo para saber qué tenés que cambiar. Y acá trabajamos desde ese lugar. -¿Cuál fue el punto definitivo para que te cayera la ficha y dijeras basta? -Un año y medio antes de que me baleara. En que me pegó por todo lo que no había pegado en 17 años. Quería la clave de mi mail y yo no se la iba a dar. Era el correo que yo, además, tenía que utilizar para mi trabajo y conociendo su historia, él iba a hacer lo imposible para hacerme echar. Me estuvo pegando durante todo el día. Salí de mi casa con la policía a las once de la noche. Me tiraba cuchillos, me tuvo secuestrada y si sobreviví ese día, creo que fue porque él estaba muy flaquito, no tenía fuerzas, porque había estado fumando paco durante cinco años. Pero si hubiera sido un hombre robusto, me mataba. Porque en ningún momento midió los golpes. Por eso siempre digo que hay alguien que lo tiene que saber. En mi caso, me salvó una amiga que sabía que las cosas no estaban bien. Y cuando mi mamá le dijo que había llamado y que yo no había ido a trabajar, que los teléfonos estaban cortados, se vino a mi casa con la policía. Y grité que tiraran la puerta abajo. Lo hicieron y salí. Y al día siguiente hice toda la denuncia, fui a buscar a mis hijas y si no le hice la exclusión del hogar fue porque esa casa era un PH y que él podía entrar por el techo como quisiera. Me fui a vivir a la casa de mi madre porque justo unos meses antes había fallecido su pareja. De lo contrario no hubiera sido viable. -¿Tenés idea de qué cosas te pasaban por la cabeza aquel día en que te tuvo tantas horas encerrada? -No estaba segura de sobrevivir. Y me decía que tenía toda la vida para tenerme ahí. No me dejaba ir al baño, yo fumaba y no me dejaba, tomaba medicación y no me la dejaba tomar. Y si era por él, podía permanecer ahí toda la vida hasta que le diera la contraseña. El había dejado de fumar paco y empezó a estar más participativo, cosa que mientras él fumaba paco no existía. Yo he llegado a darle la plata para que fuera a comprar eso porque así, se encerraba y no jodía. Pero como dejó, empezó a sospechar de todo. -¿Cómo siguió todo? -Tuve que dejar a mis dos hijas ahí con el tipo adentro enloquecido. No me las dieron. A la madrugada me fui a la OVD (Oficina de Violencia Doméstica de la Corte Suprema) y de ahí salí a la una de la tarde con todas las medidas. Fui a buscar a mis hijas, saqué algunas cosas y me fui a vivir a lo de mi mamá. Ahí fue sentir "qué alivio, por fin lo logré". Pero era una mentira. Porque mientras vivía con él, tenía un cierto manejo. Sabés qué decir para que no se enoje. Pero cuando abrís el juego, quedás en una situación de vulnerabilidad total y el sistema judicial no te apoya. Durante un año y medio hice 80 denuncias y no fui escuchada. Iba al juzgado tres veces por semana porque él rompía la perimetral constantemente. Era estar hostigada todo el tiempo. Por teléfono, con el timbre, por el celular. El sistema no funciona. Porque cuando llamás al 911 y llegan, él ya se fue. Con lo cual no son las medidas racionales las que nos van a dar una solución. Porque cuando él se brotó, no hay perimetral que valga. Además de que incumplir una perimetral no tiene consecuencias. Tuve un juicio 15 días antes de que me baleara y la jueza le dio un año de prisión en suspenso y horas comunitarias y lo dejó libre. Y a los 15 días me atacó. Después me enteré, pero en ese momento lo desconocía, que yo a ese juicio teniendo en cuenta que fui quien hizo las denuncias fui como testigo porque no me había constituido en querellante. Nadie me lo había explicado. -No te voy a preguntar cómo fue aquel día porque lo relataste infinitas veces… -Eso no me traumó. Dicen que el trauma se genera cuando uno se queda inmovilizado ante una situación. Yo pude moverme. Pude correr. Pero evidentemente el cuerpo sí tiene registro. Hace un tiempo me tuve que hacer un estudio médico y cuando me pusieron una camilla para esperar y miré al techo me puse a llorar. Mi cuerpo me llevó automáticamente a ese día en que estuve baleada, todo el día en una camilla mirando el techo, sin saber si me moría o no, si me operaban o no. Pero desde lo emocional no tengo problemas en contarlo. Fue todo muy rápido. Venía amenazándome. Diciendo "te mato a vos, mato a las nenas y me pego un tiro yo". Y ese día, después de que dejé a las nenas en la escuela, apareció disfrazado, con peluca, con un bastón, con un sobretodo y fue cuestión de segundos. Pero apoyó el revólver en mi cuerpo y la bala no tomó velocidad, amortiguó… pero por otro lado tocó las costillas, se desvió, perforó una medalla de oro que yo tenía puesta. Hay toda una serie de cosas que, como digo, indicaron que no era mi hora. Fue como un milagro que sobreviviese. Porque no me tiró a las piernas. Me tiró directamente al corazón. -¿Y las chicas? -Ellas sabían cómo era todo y cuando les contaron, la más chica dijo "fue mi papá". Yo estuve 21 días en terapia intensiva, me operaron y me agarré incluso el virus intrahospitalario pero salí. Después empezó otro calvario. Estaba sin trabajo. El me había hecho echar en marzo, de tanto molestarme ahí todo el tiempo. Las secuelas en un lado de mi cuerpo eran tremendas. Quería levantar un teléfono celular con una mano y era imposible, me resultaba pesado. Tenía que vender mi casa que había quedado como un campo de batalla. -¿Cómo te fuiste fortaleciendo? -Como pude. Porque no dormía. El motor fueron siempre mis hijas. Empecé a recibir alguna ayuda. Empecé un tratamiento por estrés postraumático y depresión aguda y después fue todo un período de empezar a sanar. Esos fueron los primeros pasos. -¿Cuánto tiempo transcurrió hasta el juicio? -Dos años. Y una prueba de cómo funciona todo a nivel judicial es que durante el juicio estábamos a muy escasa distancia él y yo. Y cada tanto, él se agachaba hacia un lado, agarraba unos caramelitos. La razón a mí me decía "estamos en un juzgado, él está esposado, hay policías por todos lados. La posibilidad de que tenga un arma es nula". Sin embargo, desde lo emocional, cada vez que se inclinaba yo veía como situación que él sacaba un arma y me disparaba. Te cuidan muy poco. Y me miraba con una cara que indicaba cero arrepentimiento. -¿Qué te pasó cuando supiste que se había muerto? -La primera reacción fue que lloré. En ese momento estaba trabajando en la fábrica de un amigo y durante un viaje suyo había quedado como encargada. Como no podía volver en todo el día a casa, mi miedo era que las chicas se enteraran por la tele. Lo más complicado fue decírselos. La más grande se puso a llorar, se enojó. Y la más chica fue la más clara. Dijo: "no me duele. Tampoco me alegra. Me alivia". Y creo que fue precisa. Porque es eso lo que también me generó a mí. Pensá que ya pasaron casi 10 años y hoy ya tendría que estar pensando dónde me voy porque estaría empezando a tener posibilidad de salir en libertad. -Siempre se jugó con el estigma de que situaciones como la que vos viviste se producen en determinados sectores sociales. En Olavarría, el caso que más empatía social generó fue el del femicidio de Graciela Tirador, una mujer con título universitario y con una pertenencia social privilegiada. El tuyo es un caso similar a ése… -Creo que siempre se habló de la violencia asociada a las clases sociales más bajas. "Eso en la clase media no pasa", se dijo siempre. Y si de alguna manera yo pude quedar como un referente, pasa por ahí. Dos carreras universitarias, una determinada forma de hablar, chica de Palermo… A mí me calza la palabra sobreviviente y no me gusta la palabra víctima. Yo de víctima no tengo nada. Me corrí de ese lugar. Y de ahí viene la resiliencia, el empoderamiento. Y aprendí que lo primero que hay que hacer es perdonarse a uno mismo. -¿Qué te generó la película sobre tu historia? -Siempre cuento que, el día en que estábamos con los actores, filmando la parte de la playa, quise sacarme una selfie para usar como foto de perfil con fondo del mar. Cuando esa noche llegué al hotel y vi las fotos, ninguna me gustó, me vi vieja. Y ahí tomé conciencia de que había desperdiciado los mejores 20 años de mi vida, sin un minuto feliz. Eso no está bueno. Esa es la parte que más me jorobó. -¿Por no haber sido feliz te tenés que perdonar? -Exactamente. Tenía dos carreras universitarias, era muy linda, tenía muy buen físico. Me llegaron a aplaudir llegando a un bar. Estaba acostumbrada a que los hombres se dieran vuelta cuando pasaba caminando. Pero este hombre me llegó a decir que prefería masturbarse antes de tener sexo conmigo. Entonces, vos podés ser una diosa con un lomazo pero tu autoestima está por el piso con un hombre al lado que te dice que prefiere no tocarte. -¿Cuál era la historia de Weber? -Es una historia de manual. El contaba que vivía con la mamá, el papá y la hermana en Castelar. Tenían una librería. Y él elegía pensar y decir que la madre era una "trola" que se había escapado en la mitad de la noche con los dos hijos para pasar a vivir en una habitación en Constitución. Para que una mujer se escape con los dos hijos en el medio de la noche para terminar viviendo así claramente algo estaba pasando. Pero como ella no había hecho ningún tratamiento, formó pareja con un policía que era igual o más violento que el primero. Entonces él se crió con violentos. Trabajo en red -Este tipo de historias ¿qué salida tienen? -A la asociación vienen muchas chicas. Llegan entre los veintipico y los 30. Yo me di cuenta a los 45. Nosotras trabajamos desde el concepto de maltrato infantil en la infancia. Y ahí es donde hay que mirar porque seguramente se repiten patrones. Y después de haber atendido a más de 200 mujeres es una regla de tres simple que se cumple a rajatabla. La salida está pero hay que encontrar la punta del ovillo. Porque no ayuda quedarnos sólo en el concepto de patriarcado. Hay que encontrar dónde está tu herida emocional. -¿Qué tipo de salida hay para un hombre violento? -Si queremos realmente erradicar la violencia y la epidemia de femicidios hay que trabajar desde la infancia. Y si lo hacemos, tal vez en 20 años, tengamos una sociedad mejor. Lo otro son parches constantes que no funcionan. -¿Qué es lo primero que le decís a una mujer que llega acá y te cuenta su historia? -A la entrevista de admisión la hago durante dos o tres horas. Voy a la infancia. Los primeros 10 minutos te cuentan que el papá era un amor, a la media hora ya no es tan así y a las tres horas ya la tenemos llorando dándose cuenta de dónde está la carencia de afectos. Y también hablamos de la historia de él para ver desde qué lugar conectaron. A veces tenemos dos o tres encuentros individuales más y después ya se va a los grupos. Porque es una temática que se trabaja en red. -¿Y con los hombres? -Graciela Ferreira, que dirige la Asociación Argentina de Prevención de la Violencia Familiar, viene recuperando hombres desde hace diez años. Porque la violencia no es una enfermedad. Es una conducta aprendida. Y en algún momento, ese hombre fue víctima también. La mayor parte de nuestro inconsciente está en la oscuridad. Y muchas veces borramos situaciones dolorosas. Hay hombres que, en el contexto del tratamiento, recuerdan que fueron abusados en la infancia y lo tenían completamente borrado. Y los hombres, algo así, se lo llevan a la tumba. En el momento en que le cae la ficha, el golpe empieza a desactivarse. -¿Cómo llegan los hombres a la asociación? -Son muy pocos los que vienen por voluntad propia. Ahora los obligan a venir por el juzgado. Y no como antes, como pasó con el padre de mis hijas, los mandaban a barrer una plaza. Los obligan a hacer horas de grupo. Y en muchos casos, siguen viniendo porque sienten que les hace bien. Porque se van con recursos pero, además, les empieza a aparecer la temática de fondo. Una palabra que dice uno, es disparador para que otro empiece a repensarse. Y la misma mecánica funciona para las mujeres en los grupos.